Algún Caleuchano curioso podrá preguntarse “¿Por qué una nota sobre el combate de Concepción en enero cuando el combate en cuestión se desarrolló en julio?
Pues confieso que me pregunté lo mismo cuando se me solicitó escribir algo sobre el particular, hasta que caí en cuenta que fue un 24 de enero de 1912 cuando se autorizó erigir en la ciudad de Santiago un monumento para recordar la hazaña de estos 77 soldados y oficiales de la 4ª Compañía del Batallón 6° de Línea “Chacabuco”.
Este acto fue un tributo al sacrificio de los 77 soldados y oficiales chilenos que defendieron heroicamente, rehusando rendirse, el ataque de fuerzas infinitamente superiores, convirtiéndose en una fuente de inspiración en la memoria histórica nacional, destacando valores como el honor, la valentía y el patriotismo.
El monumento, por encargo del presidente Arturo Alessandri en 1920, fue obra de la escultora chilena Rebeca Matte Bello. Inaugurado en 1923, resalta no sólo por su indudable calidad artística sino porque marca, además, un referente al tratarse de una de las pocas artistas femeninas que lograron legar una estampa visible en los espacios públicos de la ciudad, en una época tan temprana como la de los años 20 del siglo pasado.
De estilo clasicista, fundida en bronce, refleja la influencia de los principios artísticos europeos de comienzos del siglo XX, destacando a cinco personajes masculinos, dos de ellos muertos, con otros dos de pie en cada extremo del monumento, y un quinto erguido sobre los cadáveres levantando una bandera con su mano derecha.
Lo que primeramente llama la atención es el de la denominación de este hecho de armas: los chilenos hablan del combate de “La Concepción”, en tanto los peruanos se refieren al mismo como simplemente de “Concepción”, eliminando la palabra “la”, lo que tiene sentido si
pensamos en que el nombre de este pueblo del valle del río Mantaro, en la sierra peruana, o “breña”, como la denominan en Perú (en Chile se le conoce como “la Campaña de la Sierra”, en tanto para Perú se trata de “la Campaña de la Breña”), es efectivamente “Concepción”. El agregado de la palabra “la” puede deberse a que el combate culminó con las tropas chilenas atrincheradas en la iglesia del pueblo, i.e.: en “la” iglesia de Concepción, lo que finalmente terminó por erradicar la palabra “iglesia”, quedando en la memoria colectiva solo lo de “la (iglesia de) Concepción”.
Como sea, y para centrarnos en el hecho mismo, habría que partir por explicar por qué en un pequeño pueblo olvidado de la sierra peruana, o breña, había destacada una guarnición de tan escaso número desplegados para cubrir una zona tan extensa y decididamente hostil a las fuerzas de ocupación. Pues, efectivamente, se trataba de setenta y siete soldados del Batallón “Chacabuco” bajo el mando del capitán Ignacio Carrera Pinto, lo que no era tan extraño porque en general las guarniciones que sostenían la ocupación del valle no eran muy numerosas. Ello se repetía en Jauja, Huancayo, Tarma y en otras poblaciones de la zona.
Consciente de ello, Avelino Cáceres, notando esta dispersión, ordenó ataques contra las guarniciones de Pucará y Marcavalle, enviando, además, al coronel Juan Gastó hacia los desfiladeros de Apata, pero en un lugar de descanso, los lugareños le informaron a Gastó que en Concepción sólo había una guarnición de menos de 80 chilenos, sin artillería ni caballería. La decisión del coronel peruano fue inmediata: con sus tropas, sumadas a las guerrillas indígenas de Ambrosio Salazar, podría atacarlos y destruirlos sin sufrir mayores bajas. Y, como siempre, el azar tuvo mucho que ver con esto, porque el mismo día en que se inició el ataque a Concepción, la 4ª Compañía del Chacabuco debía abandonar el pueblo para regresar a Lima, para lo que estaban esperando la llegada del coronel del Canto, para marchar juntos con el resto de la división. Pero del Canto no llegó: fue detenido por los ataques de Cáceres a Pucará y Marcavalle.
Sospechando que algo se tejía, Carrera desplegó a sus hombres cubriendo los cuatro accesos de la plaza de armas de Concepción, distribuyendo 100 tiros por hombre, por lo que afinar la puntería era imprescindible. El ataque se inició a las 14:30 horas del 9 de julio de 1882, y no cesó hasta las 10:00 horas del día siguiente, con alrededor de 400 tropas regulares más un número todavía indeterminado de montoneras indígenas que han sumado hasta 1000 hombres, pero mal armados de sólo lanzas y hondas. La mitomanía asegura que Juan Gastó le habría hecho llegar una carta al capitán Carrera intimándolo a la rendición, la que éste habría rechazado también por escrito. El uso de la palabra “mitomanía” no es casual, porque este cronista aficionado no ha encontrado ninguna prueba fehaciente que confirme la existencia de tal intercambio de misivas, ni en Chile ni en Perú. De hecho, aunque esto está referido en el libro “Las cuatro campañas de la guerra del Pacífico”, del reputado historiador Francisco Machuca, el reconocido escritor experto en la Guerra del Pacífico, Rafael Mellafe, también pone en duda la existencia de tales cartas, recalcando que ningún historiador peruano, y ni siquiera los mismos Cáceres y Salazar, este último participante directo del combate, las mencionan.
Como sea, y ateniéndonos a los hechos, en la mañana del 10 de julio sólo sobrevivían un puñado de chilenos al mando del subteniente Luis Cruz Martínez. Los demás oficiales, Ignacio Carrera Pinto, Julio Montt Salamanca y Arturo Pérez Canto, había ya caído durante los combates de la tarde anterior y la larga y terrible noche, replegados y atrincherados en la iglesia. Respecto del capitán Ignacio Carrera, caben algunos detalles poco conocidos: de 34 años de edad al momento de su muerte, era hijo de don José Miguel Carrera Fontecilla y de doña Emilia Pinto Benavente, nieto directo del prócer de la independencia, José Miguel Carera Verdugo, y por parte de su madre, sobrino del expresidente Aníbal Pinto Garmendia, quien entregó el poder en 1881 a Domingo Santa María. Cabe destacar, además, la extremada juventud de sus oficiales: Julio Montt tenía 20 años, en tanto Arturo Pérez y Luis Cruz, tenían 17 años de edad cada uno.
Replegados desde las 18:00 horas del 9 de julio en la iglesia, cuando Luis Cruz salió de la iglesia al mando de sus hombres hacia la 10 de la mañana del día siguiente, ya sólo cinco soldados agotados y sin municiones le siguieron, para ser abatidos sin misericordia. Durante la noche, Gastó ordenar incendiar el techo de la iglesia para forzar a los chilenos a salir, sin
lograr su objetivo, por lo que el ataque desesperado de Cruz y sus sobrevivientes debe haber sido una sorpresa. De hecho, el informe posterior de Ambrosio Salazar da cuenta de que “el capitán Carrera Pinto, el subteniente Cruz y nueve soldados sacados de la trinchera fueron fusilados en la plaza, los subtenientes Pérez Canto y Montt Salamanca sucumbieron en el fragor de la lucha dentro de aquella”. No hay como rebatirlo: ningún chileno sobrevivió para dejar testimonio, pero sí hay un hecho cierto, la bandera chilena todavía flameando cuando las tropas del coronel Estanislao del Canto arribaron a Concepción. El parte oficial del comandante Pinto Agüero establece, por su parte, que “se dice que cuando el enemigo ingresó al cuartel, la porfía y el encarnizamiento de la defensa fue horrible; dando por resultado la muerte de toda la guarnición, sin que quisiesen (sic) rendirse por nada, a pesar de que se les gritaba que lo hicieran y que nada se les haría”.
Hubo dos mujeres que también perecieron en esta terrible jornada, una de ellas con un bebé recién nacido, que tampoco sobrevivió.
Los corazones de los oficiales fueron extraídos por los cirujanos de la división de del Canto y guardados en frascos con alcohol, permaneciendo hasta el día de hoy en la cripta de los arzobispos de la Catedral de Santiago.
Tal fue la hazaña que se conmemora cada 9 de julio con el Juramento a la Bandera en recuerdo de estos 77 hombres que lucharon “hasta rendir la vida si fuese necesario”, como reza el célebre juramento (“yo, grado nombre, juro por Dios y esta Bandera, servir fielmente a mi Patria, ya sea en mar, en tierra o en cualquier lugar, hasta rendir la vida si fuese necesario; cumplir con mis deberes y obligaciones militares, conforme a las leyes y reglamentos vigentes…”).
Edgardo Mackay
A bordo del Caleuche, enero de 2025
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